sábado, 17 de enero de 2015

Manuel Gálvez - Amigos y maestros de mi juventud


PROLOGO

Estas breves páginas se refieren, no solamente a los Amigos y Maestros de mi Juventud, sino a los cuatro volúmenes que componen mis Recuerdos de la Vida Literaria. Aquel primer tomo tiene sus propias "Palabras Preliminares”, que, con pequeñas modificaciones, reproduzco aquí.
Apareció Amigos y Maestros en 1944 y en magnífica edición. Ahora sale de nuevo con importantes agregaciones, inclusive con un capítulo entero que no incluí en la primera edición. Los restantes volúmenes, inexistentes por entonces, fueron escritos entre 1949 y 1952. La obra abarcaba cincuenta años de vida literaria argentina. Pero pasaron casi dos lustros. Nuevos nombres surgieron y muchos de los colegas con quienes más amistad tuve se marcharon de este mundo. He debido prolongar estas crónicas hasta 1960. Es la fecha que ahora tienen. Eso sí, lo referente a los últimos ocho años ocupa, por la fuerza de las circunstancias, un lugar reducido en esta obra.
Dije en las "Palabras Preliminares” que Amigos y Maestros no era una autobiografía. Pero esto no puede afirmarse de los volúmenes posteriores. En estos hablo mucho de mí, no sólo de mi obra literaria, sino también de mi persona. Lo he hecho así por exigencia literaria, y nada más.

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Hay una diferencia de construcción entre el tomo I y los tres restantes. El primero se compone de artículos publicados en revistas y diarios y de capítulos escritos para formar el libro. Esto significa que el I no fue realizado de acuerdo con un plan, por lo cual resultó algo incompleto. Los volúmenes II, III y IV responden a un bien estudiado y minucioso plan.
Acaso haya igualmente una cierta diferencia entre la prosa de los Amigos y la de los tomos siguientes. Los capítulos de los Amigos, la mitad de ellos, más o menos, surgieron para ser publicados en revistas o diarios, por lo cual tal vez tengan algo de periodísticos. De ahí su espontaneidad y su fluidez. No sé si podrá decirse lo mismo del resto de la obra. De cualquier modo, creo que la pequeña diferencia de estilo entre aquellas y estas páginas no perjudica en absoluto a la indiscutible unidad de estos Recuerdos.

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Cuando hablo de mis colegas he preferido ocuparme de su persona más que de su literatura. He querido retratarlos tal como los vi, contar lo interesante que recuerdo de ellos. No he querido hacer crítica literaria sino una historia o crónica viviente, humana, muy anecdótica. Sólo hago crítica por excepción: cuando hay que señalar a un libro o escritor olvidado o juzgarlos con mejor criterio que hasta ahora o reducir a tal cual colega a las proporciones debidas.
Aunque mi obra es panorámica, no me propuse hablar de todos los escritores, sino de aquellos de quienes tengo recuerdos personales. No se tome a mala voluntad, por consiguiente, ciertas omisiones. Por esto, mientras dedico algunas páginas a individuos sin importancia literaria y a los que traté mucho y que eran pintorescos, nada digo de otros de auténtico valer y con los que no tuve amistad. Este sería el caso, por ejemplo, de Macedonio Fernández, a quien no he visto jamás y de quien no he leído ningún libro, tal vez porque nunca lo he tenido en mis manos.

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Por su naturaleza, esta obra no está exenta de repeticiones. He pasado meses en el intento de suprimirlas. Con todo, han de haber quedado algunas. Me consuelo pensando en que se trata de unas pocas palabras en cada caso, y en que el distraído lector —el argentino el más distraído de los lectores— no advertirá las repeticiones, salvo aquellas que yo mismo le hago notar.

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En los volúmenes II, III y IV, titulados, respectivamente, En el mundo de los seres ficticios, Entre la Novela y la Historia y En el mundo de los .teres reales, me ocupo de hombres que no son escritores. Se explica. Esos tres volúmenes no son otra cosa que una historia de mis libros, o, mejor dicho, de mis actividades literarias, por lo cual, y para no hablar de mí excesivamente, he debido recordar a personas —a políticos, inclusive-— que poco tuvieron que ver con las letras. Pero esos políticos —Yrigoyen, el general Uriburu, el doctor Juan B. Justo, Alfredo Palacios, Lisandro de la Torre, Luis Alberto de Herrera, Sánchez Sorondo y algún otro— tuvieron algo que ver con mi literatura, sea que opinaran sobre ella o sobre alguno de mis libros, o que yo escribiera sobre ellos en tal o cual de mis biografías. De esta manera, mis Recuerdos no resultarán demasiado literarios ni demasiado egotistas.

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Como podrá imaginarse, en una historia de libros ha de haber muchas opiniones sobre esos libros. Las hay en estos Recuerdos, pero no me limito a transcribir lo favorable que me han dicho, pues también transcribo lo desfavorable. Eso sí, me defiendo, en varias ocasiones, de ataques absurdos o injustos que me hicieron. Y como todavía no he llegado, lamentablemente, a la santidad, más de una vez, en mi defensa legítima, he puesto entre las teclas de mi máquina de escribir un poco de justiciero veneno.

He evocado sesenta años de la vida literaria de mi país. ¡Cuántos amigos que se fueron para no volver, y cuántos nombres olvidados r cuántas ilusiones que no se convirtieron en realidad! Desfilan por estas páginas centenares de personas, y ellas muestran, palpablemente, 1» existencia en nuestra patria de toda una literatura. Mi mayor deseo es que los editores se enteren de muchos nombres que merecen salir del olvido, para que den a sus libros nueva vida.
¿Me tendré que disculpar por las muchas anécdotas, algunas no muy pulcras, que he encajado en estos Recuerdos? Opino que no, pues una obra tan extensa, y del carácter de la mía, sería ilegible sin una historieta de cuando en cuando. No es tan malo reírnos aquí y allí de los demás. Y es bueno, muy bueno, que nos riamos a veces de nosotros mismos.



M. G.

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